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Autocuidado y aprendizajes colectivos

En esta nueva fase  en la que nos encontramos, luego de casi un semestre de aplicación de las medidas de aislamiento  obligatorio, de incontables  restricciones a nuestras libertades, y de reiterados llamados al respeto de las profusas normas dictadas para  intentar enfrentar los efectos  generados por la propagación acelerada del Covid 19, la invitación a seguir aplica el riesgo de caer en el vacío y de no encontrar mentes y espíritus dispuestos a escuchar y  a atender el mensaje. Sin embargo, desconocer dicha invitación sería insensato, a menos que queramos perecer absurdamente al primer descuido luego de estos largos meses de no salir a la calle, haciendo que este enorme esfuerzo se convierta en inútil. Ahora nuestro comportamiento ha de ser el fruto de una apreciación individual de la necesidad de responder solidariamente ante circunstancias imposibilidadas excepcionales para salvar vidas, y del aprendizaje de mecanismos para cuidarnos colectivando las medidas de protección, por nuestra propia voluntad y no porque se nos impongan por las autoridades,   pudiera correr mente ante la  de seguir manteniendo indefinidamente el aislamiento generalizado que se requirió para evitar el colapso del sistema de salud. Mientras no sea posible el suministro masivo y en condiciones de igualdad de una vacuna, dependerá de cada uno de nosotros y de los cuidados que tengamos, que se evite o se produzca el contagio en nuestro entorno familiar y profesional, en el mercado al que acudimos, en el local comercial o el restaurante al que podremos ir desde ahora. Por supuesto, para muchas personas la nueva situación no trae ningún cambio, pues por las funciones esenciales que cumplen, tanto ahora como durante el aislamiento obligatorio, se han visto forzadas a trabajar fuera de sus casas en condiciones precarias, como en muchos casos ha sucedido con el personal de la salud.  El aprendizaje forzado que ellos han hecho debería servirnos a todos de ejemplo y de advertencia sobre lo que significa correr en cada gesto cotidiano el riesgo de infectarse. De la misma manera debemos  aprender de la experiencia internacional para dar prioridad a la financiación  e implementación de  un robusto sistema de rastreo de casos, que opere no en los discursos sino en la realidad, so pena de vernos muy rápier -damente de nuevo confinados o enfrentando el desborde del sistema hospitalario que tanto hemos tratado de evitar.

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